El susurro de la caracola by Màxim Huerta

El susurro de la caracola by Màxim Huerta

autor:Màxim Huerta
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Humor
ISBN: 978-84-270-3721-2
editor: MR Narrativa
publicado: 2011-03-08T05:00:00+00:00


Con esta confianza provocada por la foto dieciséis salí a la calle. Lo misterioso de las reacciones es que a veces las provocamos inconscientemente. Así fue. Para nada esto me humillaba. Cada traspié, cada día sin encontrarle paseando, se convertía en un acicate para seguir. Yo tenía clarísimo que el azar ha impulsado todos mis movimientos, lo fue de pequeña y lo estaba siendo entonces. Me puse el abrigo de paño azul marino y bajé a la parada de metro, iba movida por una fuerza especial, bajé las escaleras y coincidió que el convoy pasaba justo en ese momento, con lo que no tuve que esperar en el andén. No podía hacer más frío.

Ya dentro, la vista se me fue, otra vez, a una de las señoras que iban sentadas frente a mí. Comencé analizando sus pies deformados por el calzado, seguí a las rodillas y luego subí hasta su revista, la que iba mirando sin leer. Tuvo gracia. Se me ocurrió pensar que hubiera otra como yo en el metro, que esa señora que tenía frente a mí fuera un caso idéntico, que nos hubiéramos desdoblado como las células de los microscopios y estuviéramos en el mundo con la misma función. Preocupadas exactamente por lo mismo, como en un espejo. Ella tendría mis problemas, yo tendría sus quebraderos, las dos tendríamos el mismo estímulo en ese momento. Empecé a mirarle el rostro, después el cabello, así llegué a la boca, para fijarme si sus labios se parecían a los míos. Tampoco es nada del otro mundo. Estas cosas yo las había visto en algunos reportajes de televisión, explican con argumentos que existen seres que son iguales a otro pero que nunca se encuentran. Parece de ciencia ficción, pero todo tiene su fundamento, ya que es imposible que haya tantas diferencias entre los seres humanos. No es posible que podamos nacer millones y millones cada día y todos seamos diferentes. Lo mismo sucede con las huellas de la mano. No me lo creo. Si podían dos seres ser iguales físicamente y nunca encontrarse, por qué no podía también haber dos seres con las mismas inquietudes, las desdichas, los mismos impulsos sentimentales, las mismas corazonadas. O lo que es más, por qué no podía darse el caso de que después de haber coincidido en un espacio y tiempo exactos estuviéramos pensando lo mismo en el mismo momento. Me quedé espantada al comprobar que, cuando volví a mirar a la señora de la revista, como una réplica mía gestual, levantó la vista y nos cruzamos la mirada. Estuve pensando si ella estaba pensando. La ventaja de ser tantos en el mundo es que nunca coincides, ¿qué hacía allí? Dos cuerpos sentados frente a frente. Cuando vi que la próxima parada era la de Antón Martín, decidí levantarme para comprobar si ella también se levantaba. Era muy aficionada a verme parecidos con todos y me estaba poniendo nerviosa su presencia. Tengo que empezar a cuidarme de eso. No quise mirar, agarré mi bolso bien fuerte, lo apreté junto al abrigo y me dispuse a ponerme en pie entre la gente.



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